Más del Exilio. Esta vez no hay mapa, ni mucha imagen. Hoy toca hablar de una de las razas estándar de los mundos de fantasía, y la más estándar de nuestro mundo: los humanos.

Los humanos

Los humanos no recuerdan quiénes eran antes del Exilio. Su memoria no llega más que unas pocas generaciones atrás. Y según ella, siempre han estado aquí.

A diferencia de otras razas, los humanos no fueron colocados en un sitio concreto. No tienen una tierra a la que llamar suya. Por eso se les puede encontrar en cualquier parte: en el norte, en el sur, en el este, en el oeste. Para otras razas más longevas, su corta vida es una ventaja: no arrastran el peso de los años que cargan ellas. Por lo que saben los sabios, los humanos podrían llevar aquí más que cualquier otra raza del Exilio; pero siguen siendo una raza joven, sin historia que lastre su libertad.

Se les encuentra sobre todo cerca de los ríos. Son viajeros por naturaleza: les gusta conocer otros sitios y otras gentes. Muchos de los barqueros de los grandes ríos son humanos, así como muchos de los comerciantes de las ciudades. Han fundado decenas de pequeñas aldeas para comerciar con otras razas. Se dice que lo único que le hace falta a los humanos para fundar una ciudad es una mesa en la que exponer sus mercancías.

Otra diferencia con las otras razas del Exilio es su aspecto: son rubios o morenos, pálidos o de tez oscura, de pelo liso o rizado, de ojos negros o azules, grandes o pequeños, gordos o flacos. Su variedad no tiene fin.

Para algunas razas son como una peste, no muy distintos de los gnolls. En cuanto una familia se asienta en un sitio, otras le siguen; y en unos pocos años, de una ruidosa y sucia muchedumbre han pasado a un pueblo con casas y leyes. Los tabtrianos tienen una relación amor-odio con ellos: los desprecian por débiles y taimados, y son especialmente duros con los pocos humanos que se intentan asentar en sus territorios. Los expulsan por la fuerza y castigan duramente a todo cazador, pescador o buscavidas en general que se atreve a plantar su choza en Memferhat. Pero dada su versatilidad y ubicuidad, los contratan a menudo como mercenarios, espías o ladrones. Sus ciudades también son consideradas terreno neutral a la hora de celebrar encuentros diplomáticos.

Kul’mar

Kul’mar es la ciudad humana más grande del noroeste del Exilio. A ella llegan gentes de todos los puntos cardinales, gracias a las buenas comunicaciones que hay por río. Es una ciudad bulliciosa y activa, que vive casi exclusivamente del comercio.

La mejor manera de conocer la ciudad es ver qué tiene que decir de ella la gente que la conoce.

Informe sobre la ciudad humana de Kul’mar

Por Shepathor, bibliotecario mayor de la Reina Biferkhut

De los agujeros inmundos en los que los humanos gustan de hacinarse, Kul’mar es el ejemplo más cercano a Memferhat y el más grande en esta parte del mundo. Es un amasijo de barro, pilares de madera y techos de paja, a caballo de una antigua laguna formada donde el río Gelbyr se convierte en el Memtis. No es difícil encontrarla: tanto de día como de noche se puede avistar a mucha distancia, por la luz que desprenden sus cientos de antorchas y lámparas de aceite. Y sea de día o de noche, desprende un hedor que alcanza millas y millas a la redonda.

La ciudad ha ardido entera varias veces, si uno cree lo que cuentan sus habitantes, pero una y otra vez se ha vuelto a levantar. A los humanos no les importa vivir en unas maderas mal sujetas sobre el río, expuestos al viento, la lluvia y la humedad. Algunos hasta lo consideran un lujo. Dicen que es mejor vivir ahí que en los pantanos de Memferhat. Son criaturas blandas, fáciles de herir y vulnerables a cualquier mal contagioso. No es la primera vez que algún viajero trae una enfermedad a la ciudad y mueren por centenas; pero aún así, se empeñan en volver.

Cuesta entender esta obstinación de los humanos por Kul’mar o por cualquier ciudad en general. Sin duda se debe a que no tienen una tierra propia a la que volver, y cualquier sitio les vale para asentarse. Pero además, en Kul’mar pueden vivir del río, canal de comunicación con las tierras del Este y el Oeste. Presumen de que la comida que consumen (para ser estrictos, toda menos el pescado) viene toda de fuera, traída por comerciantes de todos los sitios. La ciudad de Shaland suministra a Kul’mar gran parte del grano y hortalizas que comen, y de los pueblos cercanos llegan diariamente grandes barcazas, traídas por las corrientes tranquilas del Memtis y el Gelbyr.

Una vez le pregunté a uno de los “ciudadanos” (pues así se llaman ellos mismos; como si el gusano de una manzana se llamara a sí mismo “rey”) qué pasaría si se cortara el suministro de comida desde Shaland, o desde cualquier otro sitio. No pareció muy preocupado: dijo que eso no pasaría nunca. Kul’mar nunca ha dejado de proveer de comida y refugio a los que han acudido a ella. No por nada llaman a la ciudad “la Madre del Norte”.

Carta de Feldain a su tío Ethbar

Querido tío,

todo lo que me habías contado sobre Kul’mar es cierto. ¡Qué ciudad!

Llegamos hace dos días, en un barco (Pore dice que sólo es una barca grande, pero ya sabes cómo es) cargado hasta los topes de emigrantes, comerciantes y emprendedores como nosotros. Al principio estaba un poco preocupado por lo que me habías dicho, y escondí bien el dinero que nos diste al casarnos. La verdad, al subir pensé que el resto de viajeros nos miraban de forma sospechosa y querían atracarnos. Pero sólo fue al principio. Tras el primer día empezamos a conocernos, y el ambiente en el barco se volvió muy agradable.

Nos tocó junto a una familia de granjeros que llevaban varios cerdos al mercado. Pore se disgustó mucho cuando vio nuestro sitio, y dijo que llegaríamos a Kul’mar apestando, pero no fue para tanto. No olíamos a flores, pero tampoco olíamos como para que la gente se apartara de nosotros.

Pero como te decía, nos tocó junto a la familia del granjero Kwarn, que por lo que entendí viven cerca de donde nace el río, en las laderas de las montañas. Son gente tímida, pero muy agradable. Iban Kwarn, un hombre un poco mayor que yo, su mujer y su hijo mayor. Tienen todos el pelo rubio y los ojos claros, aunque no tanto como los hombres de Ghulraven o Hockfrid que estamos acostumbrados a ver en Owdan. Nos contaron que cada cierto tiempo embarcan cerca de su granja y llevan sus productos a Kul’mar, al mercado. La ciudad depende de la comida que traen de fuera para sobrevivir, porque allí no se cultiva nada. ¿Lo puedes creer? Una ciudad tan grande y al mismo tiempo tan frágil.

Pasamos el viaje hablando con Kwarn y su familia (bueno, más bien yo, porque Pore no quiso hablar con ellos; dijo que eran unos “desharrapados”), y al tercer día subió al barco un conocido suyo: un ogro grande y siniestro llamado Aybuk. Confieso que me asusté, y Pore me agarró como si nos fuera a devorar allí mismo. Pero Kwarn lo trataba con mucha familiaridad, y a pesar de que hablaba el idioma común bastante mal, nos entendimos pronto. Es increíble lo distinta que es esta gente a nosotros, tío. Ya sé que los hemos visto de lejos cuando pasan por Owdan, o cuando compran en la herrería del tío Ziwen, pero no es lo mismo que verlos de cerca. Son impresionantes: su piel es verde, casi marrón, como la madera; apenas tienen pelo; les salen unos enormes colmillos de la mandíbula inferior; y tienen orejas grandes y largas, como un caballo o un perro. Muchos (o eso es lo que me han contado Kwarn y Aybuk) llevan pendientes en ellas. Pensé que eran de adorno, pero no: hay todo un código escondido en la forma que se perforan las orejas y los pendientes que llevan. Entre eso y las marcas que se hacen en la cara, un ogro puede saber a qué clan pertenece otro de un vistazo.

Este ogro en particular se gana la vida de mercenario y guardaespaldas. Kwarn lo conoce porque trabajó durante mucho tiempo para uno de los comerciantes a los que le vendía la mercancía. Todo lo que habíamos oído de su país es cierto: es un sitio horrible, sumido en una noche eterna, y en el que criaturas terroríficas acechan a sus habitantes. Los ogros huyen de allí en cuanto pueden, pero sólo unos pocos lo consiguen. La ciudad de Gasanghum, al noreste de Owdan, es el puerto desde el que zarpan hacia otras tierras.

Intimé mucho con la familia de Kwarn y Aybuk, y cuando llegamos a Kul’mar el ogro se ofreció a acompañarnos hasta casa del primo Garril. Pore se opuso, pero conseguí convencerle. Me sentía muy segura acompañado de aquel grandullón de aspecto amenazador. ¿Qué mejor protección podría pedirse?

Kul’mar es impresionante. El puerto es una algarabía de lenguas y colores. He visto más gente el día que llegamos que en todos los días de fiesta de Owdan: aparte de humanos, vimos ofidios con sus abultados abrigos de pieles, gnolls e incluso, de lejos, un séquito tabtriano con sus masivos soldados. Son tan grandes como un buey puesto sobre dos patas, y abren camino a su paso como un arado abre la tierra húmeda. Nosotros, en cambio, tuvimos que abrirnos paso a empujones para llegar a la calle principal.

Es fácil perderse en Kul’mar, porque no tiene un centro definido. Lo más parecido es la plaza del mercado, que ocupa una explanada al sur del cruce de los ríos Gelbyr y Memtis. Todos los caminos van hacia allí: al fin y al cabo, ¿quién viene a Kul’mar a otra cosa que no sea comerciar?

Pregunté a Aybuk quién gobierna en la ciudad, y no supo darme una respuesta. Pensé que no había entendido la pregunta, pero es que la realidad es ésa: no hay gobierno en Kul’mar. Hay varias bandas de criminales que controlan unas partes, y luego algunas milicias organizadas por mercaderes y ciudadanos para defenderse de ellas que controlan otras partes. Cuando llegan a un acuerdo hay paz. Luego algún bando lo infringe y hay varios meses de violencia hasta que se llega otra vez al equilibrio. La gente de Kul’mar está acostumbrada y no suele preocuparse mucho. Por lo que nos contaron unos amigos de Aybuk que encontramos de camino a casa del primo Garril, las pequeñas guerras entre bandas y milicias suelen ser más simbólicas que otra cosa. Siempre hay algún muerto, pero una vez saldadas las cuentas se llega pronto a un acuerdo.

La ciudad se organiza en torno a los territorios de estas bandas, que cambian con el tiempo. Es importante llevarse bien con ellas, o al menos no molestarles demasiado, o habrá zonas de la ciudad que no podrás visitar. Por ejemplo: Hach, uno de los amigos de Aybuk, no pisa la zona de la banda de Granslade por un trabajo que hizo hace un año. No dejó claro a qué se dedica, pero creo que es algo que no aprobarías. Me parece que los clientes de Hach no le pagan para que les proteja, sino para algo bien distinto.

El primo Garril se asustó cuando nos vio llegar con Aybuk, pero le trató cortésmente por ser nuestro invitado. Cenamos, porque ya era tarde, y Aybuk comió como cuatro hombres. En cuanto bebió un poco se volvió más locuaz, y nos reimos mucho con sus aventuras e historias de antiguos jefes. Bueno, al menos Aybuk y yo nos reimos; Garril y Pore pasaron la cena en silencio y mirando hacia sus platos. Creo que no se divirtieron mucho.

Nos despedimos de Aybuk de madrugada, y le di unas monedas por la ayuda y la compañía. No quería aceptarlas, pero insistí. Creo que he hecho un amigo en la ciudad.